Si  no tuviese el salario mínimo las connotaciones que tiene, la noticia de  su aumento sería el chiste del año. Obviamente un chiste de humor  negro, pero chiste. Sin embargo las implicaciones reales son muy  tristes, como quiera que el salario mínimo sea el indicador de la  remuneración de la fuerza de trabajo, y con él la capacidad de compra de  los asalariados de los bienes y servicios para satisfacer sus  necesidades y alcanzar sus aspiraciones. Comida, techo, vestuario,  servicios públicos, educación, salud y por qué no esparcimiento,  incluidas las indispensables vacaciones. Pero todo eso se va en esto: en  ilusiones; porque con los magros ingresos de los más pobres, casi de  sobrevivencia, lo único que tienen garantizado son la escasez y las  carencias. 
Por eso la pantomima de todos los años de la concertación entre empresarios y trabajadores, entre el capital y el trabajo, con la mediación del gobierno (?), no pasa de ser la burla institucional de los que poco o nada tienen. Una tramoya muy bien montada con la dirección y asesoría de los organismos internacionales, los fondos monetarios y los bancos mundiales, gendarmes por antonomasia de los sacrosantos e inviolables intereses del capital financiero.
Porque  lo que se terminó imponiendo a lo largo del últimos 20 años de  globalización capitalista, son las relaciones más desiguales y  desventajosas en la historia de la contradicción entre el capital y el  trabajo. Ya no solo se contentan los capitalistas parasitarios del mundo  entero con retribuir en la cantidad más irrisoria posible a los  trabajadores asalariados, -de los EE.UU. a Europa donde las sociedades  del bienestar están desapareciendo; de Asia, América Latina o de  Oceanía, expoliadas sin compasión desde la época colonial; para no  hablar de los salarios de hambre de África, China o el sudeste  asiático-, sino que aprovechándose del poder omnímodo adquirido a través  de las normas y regulaciones, ampliamente favorables, que terminó  imponiendo a todos los países de la tierra, no paga impuestos, se hace  conceder todo tipo de gajes y ventajas, circula sin cortapisas a la  sombra de la "libertad de comercio", concentrando, de manera inapelable,  la riqueza acumulada por el trabajo de todos los pueblos del mundo. 
Esta  carrera desenfrenada la lleva no solo exprimiendo hasta "la última gota  de sudor" de los trabajadores asalariados, sino que depreda las  riquezas naturales del planeta, poniendo en peligro la existencia de la  especie humana sobre la Tierra. Recordemos no más el invierno que nos  azota de manera inclemente.
La tapa de su cinismo y avaricia la  estamos viendo en la solución a la crisis capitalista más reciente, la  iniciada por la especulación desenfrenada de los grandes bancos  norteamericanos hace menos de dos años. Ahora que producto de este  comportamiento irresponsable algunos países del mundo desarrollado se  han sumido en la crisis: Grecia, Irlanda, Portugal, España, Inglaterra…,  quienes están pagando los descalabros son los trabajadores a quienes  recortan pensiones, salarios, vacaciones, prestaciones sociales, salud,  educación, etc. 
En las desgracias de los trabajadores de los países desarrollados se reflejan nuestras propias desgracias. Ellos están pasando por lo que nosotros ya pasamos, y sabemos que no son la solución a los problemas de las mayorías. Estas apreciaciones, aún muy elementales, serán las que terminarán reconstruyendo la hermandad que nos dará la fuerza para volver al cauce natural el desarrollo de la sociedad.
Fuente: Diariodelhuila
--Daniel Escobar
EES
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